Todos conocemos al menos, un malpensado
Los malpensados asumen el peor escenario político posible.
Los malpensados toman lugar junto a los no deseados políticamente hablando, siempre defienden a los nadies y a los de abajo.
Cuando ocurre la muerte de un funcionario público, con herramientas irrefutables, demuestran el complot que nadie había pensado.
El malpensado huele la polvora dañina al oír los discursos políticos del presidente y los diputados. Ya antes, muchas personas intentaron engañarlos, pero los malpensados nacen de otro malpensado, un ritual familiar que se pasa también por conocidos y amigos.
Los malpensados invaden todos los rubros posibles de la crítica: la política, los deportes y las artes.
Todos piensan mal para no sorprenderse cuando lo peor les acecha. "¿Qué te dije?" preguntan levantando su malpensamiento y enseñándote una valiosa lección.
Con el paso del tiempo, los malpensados afinan sus pensamientos y la terquedad con la que se envuelven siempre para no ceder, se vuelve persistente, casi odiable.
No es ser pesimista, es apuntarle a la realidad con la mano firme, sin dejarse de llevar por ensueños. Ser un malpensado, es ser mejor que un apático e indiferente. Los malpensados siempre estarán presentes sin importar lo que pase. Siempre habrá un malpensado que esté criticando al polítco este o al político aquel, sin descanso alguno, mientras un ojo duerme, el otro estará siempre pendiente, atando cabos, delatando al político ratero y al impostor, al empresario negligente y egoísta, al organismo falso, a los imbéciles.